Alice Rohrwacher es la Alicia del cine. En sus películas siempre está cruzando el espejo para llevarnos a lugares pequeños o enormes, mágicos o demasiado reales, lo salvaje o lo civilizado; pero siempre países de las maravillas. En La quimera, Arthur (Josh O’Connor), un joven británico regresa a una población rural de Italia, son los años 80, él tiene un don de zahorí, puede encontrar manantiales, muertos, tesoros enterrados. Ve lo subterráneo, lo oculto y su poder es aprovechado por una banda de pillos que buscan vasijas, joyas, patrimonio arqueológico escondido y bajo tierra. Saca de la tierra la belleza de un pasado que fue mejor. Bustos de mármol. Encuentra edificaciones etruscas, cerámicas, oro a veces, pura belleza. Pero lo que él busca en realidad es a su amor perdido.
La película hace énfasis en este don, el de encontrar lo perdido pero que no le sirve para encontrar su amor. Es una película que habla, de una manera poética, sobre el pasado perdido, un pasado hecho para perdurar en el tiempo, hecho con delicadeza, arte y belleza extrema. En contraposición está el presente, triste, desubicado, intentando encontrar respuestas, cosas, estatuas, utopías a las que aferrarse. En la película transitan, junto a la banda de pícaros, un grupo de mujeres que quiere hacer su propia comunidad en una estación abandonada y una banda criminal organizada dedicada al tráfico de antigüedades. Para contar esta historia, la cineasta italiana utiliza su fórmula ganadora, mezcla de capas como las capas de la tierra que escarban Arthur y su banda, capas de historia y de realidad, de fábula y de certezas. (Alba Balderrama)
2 Dahomey
Mati Diop, Senegal
Lo primero y, acaso, lo mejor que puede decirse de Dahomey, documental de la cineasta franco senegalesa Mati Diop, es que evoca poderosamente a Las estatuas también mueren (1953), el mediometraje que Chris Marker y Alain Resnais dedicaron al “arte negro”. Si algo hermana a estos dos documentales realizados con 70 años de diferencia, es la actitud moral para mirar la herida colonial de África desde un lugar no tan frecuentado por la historia oficial: el arte. Lo que en Las estatuas también mueren era una expedición reflexiva a través de los llamados museos de “arte negro” (piezas artísticas creadas por culturas africanas no occidentalizadas); en Dahomey es el viaje de vuelta de 26 obras de arte a Benín, de donde habían sido saqueadas por la invasión francesa de finales del siglo XIX.
La impureza estilística es una marca de origen de Mati Diop, de padre senegalés y de madre francesa, criada y educada en Francia, pero emocionalmente atada a Senegal y, por extensión, a la África colonizada por los franceses. A esa impureza obedece el lugar desde el que mira las tensiones poscoloniales entre Europa y África, que, por un lado, sortea el “europeísmo” biempensante con los otrora esclavos y hoy emigrantes, y, por otro, evita el tan oportunista victimismo del “tercermundismo” que achaca todos sus males al otro, sin hacerse cargo de sus propias taras. (Santiago Espinoza A.)
3 No esperes demasiado del fin del mundo
Radu Jude, Rumania
En un tiempo en el que cada vez más películas parecen contenido para redes sociales, quién diría que el lenguaje y la estética de plataformas como TikTok, con sus filtros bizarros y su desprolijidad, nutrirían a una las experiencias más cinematográficas de los últimos años.
Estrenada por estos lares en el servicio de streaming MUBI, esta cinta ataca de manera desenfadada a la precariedad laboral, en especial, en las industrias del entretenimiento, al mundo corporativo, a la sociedad patriarcal hipersexualizada, en general, al capitalismo globalizado. Lo hace con inteligencia, sentido del humor y con tanta libertad que puede llegar a incomodar al espectador. Quizás es la cinta más provocadora de Radu Jude, eso no es poco, sobre todo si se considera que es el director de una obra tan interesante y poco convencional como Bad Luck Banging or Loony Porn (2021).
La interpretación de Ilinca Manolache encarnando a la asistente de producción Angela Raducani, una mujer enfadada, ordinaria, brillante y cínica, así como la de su alterego para redes sociales, el super macho Bobita, es inolvidable e irrepetible. Su trabajo es excesivo, cómico, erótico, patético y genial. Sus desventuras en la Rumanía contemporánea, maltratada por la Europa occidental rica, con las huellas del socialismo real y de los desmanes de Ceaușescu, son apabullantes. Sobre las ruinas de la ilusión de la igualdad, se construyó un mundo absurdo, casi postapocalíptico, en el que por motivos que no tienen que ver con la lógica, la pulsión de vida no puede ser detenida. El gran John Waters describió a No esperes demasiado del fin del mundo como una obra maestra, en la que Godard se encuentra con un Harmony Korine rumano. Solo esas palabras deberían ser una invitación irrechazable. Esto es el cine excedido por sí mismo. (Andrés Laguna Tapia)
4 The Holdovers
Alexander Payne, EEUU
Alexander Payne y Paul Giamatti se reecontraron en una nueva película casi 20 años después de Entre copas (Sideways, 2004), una comedia ácida e inolvidable sobre los fracasos, las nuevas oportunidades y los vinos californianos. En su reencuentro, titulado Los que se quedan (The Holdovers, 2023), coinciden director, actor y género cinematográfico, pero cambia es el paisaje: de los luminosos valles del oeste estadounidense a los páramos blancos del invierno en Nueva Inglaterra. Y cambia, también, el tiempo histórico, porque mientras el primero se ambienta en días actuales, el más reciente se remonta a principios de los 70 del pasado siglo.
El contexto de la narración se desprende del guion de David Hemingson, responsable de una historia en cuya escritura no interviene Payne (como solía hacer en sus primeras películas), pero en la que la autoría del director es tan indisimulable como en la de sus obras más personales. Al guionista le interesa introducir unos apuntes en torno a la disciplina militar de la educación escolarizada, el racismo hacia los afroamericanos, los efectos de la guerra (Vietnam) y el tabú ante las enfermedades mentales; asuntos para los que los inicios de los 70 se antojan ideales. Sin embargo, tales coordenadas son subsidiarias de una premisa temática sin tiempo ni lugar concretos: el poder de los afectos para rehacerse cuando todo parece perdido. (SEA)
5 Perfect Days
Wim Wenders, Japón
Con la reciente película que el director alemán Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) se carga a los hombros a sus 78 años y que la titula con la soltura digna de los sabios, Perfect Days (Días perfectos, 2023), se confirma una teoría que viene planeando sobre la cabeza de mis propios días: que, habiendo sido educados en el drama, eso del “principio, conflicto/medio y final”, el momento en que no hay conflicto nos deja desarmados, sin maleta, sin peso. No creemos en esas historias sin drama y conflicto y eso nos hace buscarlas con un hambre animal en nuestras propias vidas, la complicación parece dar sentido a todo y, lo que es peor, nos impide llevar a buen puerto ese velero blanco, liviano y luminoso que es la felicidad. ¿Qué es lo primero que hacemos con un día feliz? ¿Qué nos decimos si estamos riendo mucho? ¿Qué forma toma el monstruo de la sospecha cuando no nos pasa nada, todo funciona, todo sale bien? ¿Por qué la sonrisa constante en el rostro es de locos y brujas? ¿Qué pasa si todo en nuestras vidas está bien?
En Perfect days, Hirayama (Koji Yajusho, ganador del Festival de Cannes como mejor actor), un hombre cincuentón que vive en Tokio y trabaja limpiando los diecisiete hermosos baños públicos del proyecto de la Nippon Foundation diseñados por importantes arquitectos japoneses, parece haber encontrado la manera de sentirse feliz, sonreír cuando ve las sombras de las hojas de un árbol en la pared o al escuchar una buena canción. Como empleado de la “Tokio Toilet Project” se toma en serio eso de mantener inmaculados los baños con una alegría inusual. Hirayama es un hombre que ha encontrado en la rutina de los días y la desconexión digital una forma de felicidad. Esta película va también de la ciudad y lo que hace con nuestro tiempo y transitar. Wenders es un eterno viajero de las ciudades, su cine está lleno de autopistas, edificios, parques, movimientos. Las ciudades para él son una especie de laboratorio donde explorar la vida de manera libre, sin imponer una visión fija. No hay que olvidar que el cine aparece casi a la vez que aparecen las ciudades y sus ciudadanos. “El cine pertenece a la ciudad y refleja su esencia”, recalca el cineasta. (AB)
6 Jurado No 2
Clint Eastwood, EEUU
Es el jurado número 2, en él se debaten dos veredictos, culpable o inocente. En él están las dos caras de los hechos, la verdad y la mentira. Clint Eastwood, a sus noventa y cuatro años, en su película cuarenta, Jurado Nº 2 (2024), nos pone ante la ley. Como en casi todas sus películas, la ética, la justicia, la moral, the wrong and the right están presentes en esta para hacer tambalear cualquier dicotomía absurda y decirnos nuevamente que el mundo y el ser humano tienen más tonos que el blanco y el negro. La película, lejos de ser su despedida o última gran producción, nos muestra la claridad moral, emocional y mental de un hombre renacido, que mira al mundo con una claridad que impacta. Sin artilugios formales, con una estética sencilla, hermosa y donde los planos, como en el cine más clásico, estaban cargados de sentido en sí mismos, nos habla de la justicia, esa justicia americana que, tarde o temprano, nos alcanzará y tocará a nuestra puerta.
En Jurado Nº 2, Eastwood nos cuenta la historia de Justin Kemp (Nicholas Hoult), un joven periodista, jefe de familia, con una esposa a punto de dar a luz y llamado por el Estado para servir como jurado en un caso de asesinato. De una manera circunstancial Eastwood implanta el conflicto, el Jurado No2 estuvo en la escena del crimen. A través de la travesía del personaje, Clint Eastwood moviliza nuestras propias normas, nuestra moral personal, nos incomoda, nos devuelve a la escena del héroe solitario frente a un paisaje inmenso que espera que hagamos lo correcto. Ahí se para el director, en la moral del cine, un cine no efectista, de parafernalia o entretenimiento, un cine donde se mueven, en cada fotograma, los sentimientos más profundos. (AB)
7 Queer
Luca Guadagnino, Italia
La adaptación de la novela LGBTIQ de William S. Burroughs es un estado de trance de melancolía y nostalgia. No solo por el entregadísimo papel de Daniel Craig, en una de las mejores actuaciones de su carrera, sino también por el entorno en el que se desarrolla. Una Ciudad de México de los años cincuenta, con calles estrechas, colores contrastantes, casas con las puertas abiertas de las que se desprende una luz tenue y paredes con ladrillos sin revestir. En ese encantado espacio pasa sus días en cámara lenta el expatriado y solitario estadounidense William Lee. Un Craig que enfrasca en su mirada, oculta detrás de gafas gruesas y un peinado de raya al costado, un alma tímida y un angustioso vacío.
Queer fue una de las películas de Luca Guadagnino de 2024 que, junto a Challengers, reafirma el buen estado de forma del director, con tres películas en los dos últimos años y con al menos otras cuatro anunciadas. Los tan manidos viajes de ayahuasca, exóticos para realizadores de ambos lados del Atlántico, adquieren aquí una percepción original, resaltando una relación entre los cuerpos, punto culmen de una película explícita respecto a la unión de las figuras desnudas, mucho más que Call Me by Your Name, por ejemplo. (Caio Ruvenal)
8 La semilla de la higuera sagrada
Mohammad Rasoulof, Alemania
La semilla de la higuera sagrada es una película del cineasta iraní Mohammad Rasoulof, que, sin embargo, fue producida y representa a Alemania (para los Oscar y demás ‘tucuimas’). Sus condiciones de producción hablan del clima político aún imperante en Irán, donde la teocracia islámica subyuga las expresiones creativas reñidas con sus ortodoxos códigos culturales. La cinta fue filmada de forma clandestina y se inspiró en el movimiento “Mujer, vida y libertad”, desencadenado por el asesinato de Masha Amini a manos de la policía iraní. En principio, su trama se circunscribe a una familia de clase media de Teherán, donde el padre abogado acaba de ser ascendido en un juzgado, para regocijo de su esposa y de sus dos jóvenes hijas. Sin embargo, lo que debiera es un buen augurio familiar degenera en una pesadilla doméstica, debido a que al hombre le toca juzgar y condenar a jóvenes que protestan contra el régimen político. La convivencia se enrarece aún más cuando la pistola del padre se extravía en la casa y su búsqueda deriva en una operación policial, no exenta de interrogatorios, detenciones y torturas. Las tensiones familiares funcionan como un micromundo del Irán actual, en el que el garrote represor del Estado-hombre-padre se enfrenta al fuego emancipador de la sociedad-mujer-hijas, con una madre que procura mantener una convivencia imposible. La redondez argumental de la ficción se enriquece con las imágenes de archivo de las protestas reales de los jóvenes que reclaman mayores libertades y son brutalmente reprimidos. Una vez más, el cine iraní ofrece una lección de belleza escalofriante que se deja contaminar por los vientos furiosos de la realidad para alumbrar los costados oscuros de un mundo que, con frecuencia, preferimos ignorar o naturalizar. (SEA)
9 May December
Todd Haynes, EEUU
Cuando Elizabeth y Grace, los personajes de Natalie Portman y Juliane Moore respectivamente, se observan en el espejo, evocan una icónica puesta en escena que se ha reiterado en la historia del cine, pero con diferentes matices. Desde Persona de Bergman hasta Mulholland Drive de Lynch o La vida secreta de Verónica de Kieślowski, esas miradas que se buscan, evaden y luego funden, los rostros de dos mujeres en primer plano, tan expresivos y, también, esquivos, han tejido siempre laberintos sugerentes que nos colocan como espectadores en una situación incómoda. En May December, Todd Haynes toma un tema controversial como es el estupro o el abuso, desde un tono y punto de vista impensado. Deja de lado posibilidades obvias como el drama psicológico, el juicio moral o la tragedia, más bien opta por un melodrama sofisticado con toques de thriller policial sin policías, una cotidianidad densa, llena de detalles sugerentes que nos dan solo atisbos del infierno. Si Elizabeth y Grace juegan al gato y al ratón, apenas deslizando intenciones a través de sus gafas de sol, es Charles, interpretado por Joe Yoo, el que aporta toda la visceralidad y miseria, en un contrapunto conmovedor frente al entorno hosco y mezquino creado por Haynes. Puede que nunca terminemos de empatizar con ellas, un mal que Haynes decide pagar para construir una interminable capa de imágenes sugerentes y de atractiva oscuridad. (Luis Brun)
Raúl Ruiz y Valeria Sarmiento, Chile
El realismo socialista es un milagro cinematográfico en más de un sentido. Primero, porque, en realidad, se trata de una película de 1973, rodada por Raúl Ruiz durante su etapa chilena, pero que se había perdido. Como con otros filmes de sus años previos al “exilio” europeo, este fue recuperado y completado por su compañera y socia, la también cineasta Valeria Sarmiento, para dicha de la cinefilia mundial. Segundo, es un milagro porque ofrece una mirada atípica de los años de la Unidad Popular de Allende en Chile. Lejos de la celebración militante del gobierno democrático de izquierda, Ruiz construye una sátira coral que se ríe del ethos del proletariado y de la vanguardia intelectual alineado al discurso oficial. Tercero, guarda la milagrosa cualidad de experimentar, con una libertad irreverente, registros y estilos que la hacen genéricamente inclasificable. La causticidad de su humor político remite a pocos referentes en la tradición del cine latinoamericano, como La muerte de un burócrata (Gutiérrez Alea, 1966); mientras que la cámara en mano la convierte en una suerte de precursora del falso documental en la región, que engarza con filmes como Agarrando Pueblo (Ospina, Mayolo, 1977). Una muestra más de que el cine de Ruiz estaba destinado a constituirse en un género en sí mismo. Cuarto, el milagro de que haya podido verse en
Bolivia, poco tiempo después de su estreno internacional, hay que atribuirlo al Cineclubcito Boliviano y a la plataforma MUBI. (SEA)
11 Los colonos
Felipe Gálvez, Chile
Posiblemente, dueña de una de las mejores fotografías de esta lista, muchas de las imágenes que Los colonos consiguen son realmente hermosas, pero su belleza no distrae de la intención final del director: vemos el nacimiento de una nación. Paul Thomas Anderson narra la fábula de la sangre y el petróleo (There Will Be Blood, 2007), mientras Felipe Gálvez, menos ambicioso en el alcance narrativo pero igual de agudo y poético, cuenta la historia de la sangre y la lana. Rendirse a lograr una precisión histórica, antes que perder la precisión ética y discursiva, es lo mejor que le puede pasar a este tipo de cine. Así como en Jauja de Lisandro Alonso o Zama de Lucrecia Martel, el casting, el vestuario o la ambientación son de una imaginación vibrante que intenta hacer camino en los terrenos aún pesados y azarosos de la memoria latinoamericana. La escena final es una referencia al mismo cine que da sentido a todo lo que vimos antes, por eso es tan importante el paisaje, por eso son tan importante los rostros. (LB)
12 Tótem
Lila Avilés, México
Las familias numerosas suelen ser extrañas, aún más cuando están de fiesta. Usualmente confluyen en un tiempo y espacio caótico de deseos, emociones y secretos. Los miembros se transforman en equilibristas, magos o payasos que intentan sostener un circo de delicados andamios. Las asperezas del viento, la humedad y la corrosión de la lluvia no pueden notarse. Extenuados por el esfuerzo que eso implica, los miembros de la familia drenan sus heridas siempre en las sombras, en los susurros, en los pasajes, ángulos poco accesibles de la casa. Si, de casualidad, hay suficiente alcohol que les ayude, mejor. Al final, danzan las penas, las alegrías y las frustraciones, como fuegos artificiales que explotan en el patio. Todo eso intenta capturar
Tótem de Lila Avilés a través de una cámara inquieta que se pega a los personajes. Los primeros planos nos ayudan a espiar en las entrañas de este organismo complejo, pero, también, nos comparten el agobio de sus miembros, que siempre parecen tener un gesto que va de camino entre la risa y el sollozo. (LB)
13 Anora
Sean Baker, EEUU
La Palma de Oro en la pasada edición de Cannes para Sean Baker por Anora lo termina de coronar como un divertido retratador de parias y clases bajas. En este caso, cuenta la historia de una joven prostituta que en su camino se cruza con un mimado y millonario adolescente ruso, quien, al estilo de Pretty Woman, le hace experimentar efímeramente una vida de lujos. A pesar de ser menos graciosa que Red Rocket y menos mordaz que The Florida Project —los anteriores proyectos del director— , Anora logra un equilibrio entre comedia negra y drama sobre la explotación. Destaca la transformación emocional de la protagonista, interpretada por Mikey Madison, quien pasa de ser una mujer coqueta y segura, que maneja su labor con profesionalidad rutinaria, a una quebrada y maltratada en el final.
Anora es un viaje frenético a una vida sin límites, entre suites de hoteles en Las Vegas, cocaína y casas con elevadores, pero también un descenso a los tugurios y prostíbulos con reflectores led. Es un impulso natural de Baker, quien ya fue parte de los marginados como heroinómano en los noventa. (CR)
14 La zona de interés
Jonathan Glazer, Reuno Unido
Hace tiempo que una película no me indisponía de la manera en que lo hizo esta adaptación de la novela homónima de Martin Amis. La vuelta de Jonathan Glazer a la pantalla grande es una experiencia tortuosa y no porque sea deficiente o peque de mal gusto. Su factura es impecable. Pero la belleza de su puesta en escena solo puede ser siniestra. Sus seres, rituales y paisajes se adivinan monstruosos. El cuento de hadas que se/nos cuentan sus personajes es una pesadilla claustrofóbica. El esplendor de sus imágenes sucumbe al horror del sonido fuera de campo. Mirar ya no sirve, hay que escuchar. Es en la disonancia entre lo que (no) vemos y lo que escuchamos donde se materializa el horror de una historia mil veces mostrada, pero pocas veces detonada con la virulencia con que lo hace La zona de interés. Por eso, cuesta pedir a otros que la vean; acaso, sí que la escuchen. Que la escuchen y hagan el intento de volver a dormir sin levantarse a mitad de la noche con el arrebato de unos gritos y disparos que, aun pareciendo lejanos en tiempo y espacio, están a solo a una pared de distancia, a solo un fundido del presente. Tan cerca están, que provocan espasmos y arcadas que se comparten en silencio y con vergüenza. (SEA)
15 El mal no existe
Ryusuke Hamaguchi, Japón
Tras la monumental Drive my Car (2021), el japonés Ryusuke Hamaguchi volvió a los circuitos festivaleros con El mal no existe, una película de semblante más modesto que la que le llevara a triunfar en Cannes y los Oscar, pero que conserva su virtuosismo hipnotizante para la puesta en escena. La cinta mantiene, también, el nervio para retratar las relaciones humanas con tensión desasosegante, sin por ello privarse de eventuales rachas humorísticas, como las que abundan en La ruleta de la fortuna y la fantasía (2021). Si algo emerge con más potencia que en sus anteriores trabajos es el comentario social, que se deprende de la historia de un pueblo algo alejado de Tokio, que ve amenazados su vida y su paisaje natural por un millonario proyecto de “glamping” (camping para ricos). Eso sí, el realizador sortea el panfleto anticapitalista, jugándose por una trama familiar de ribetes místicos, que le permite dar rienda suelta al lirismo visual del que ya diera cuenta en su largo previo. (SEA)
16 Guerra Civil
Alex Garland, EEUU
La distopía de Alex Garland es una road movie a la que le importa más construir una atmósfera de una guerra civil norteamericana en tiempos de Donald Trump, que explicar cómo podría realmente darse una situación así. Al final, es la mejor decisión. Tampoco sabemos mucho de los bandos enfrentados, eso sí, al menos uno de ellos, se pregunta: ¿quién es un verdadero norteamericano? (en el retrato más cercano de esos personajes tenemos una de las mejores escenas). Las periodistas Lee (Kirsten Dunst) y Jessie (Cailee Spaeny) funcionan muy bien para llevarnos en un recorrido macabro por las arterias de un país roto; por otro lado, su relación maestra-aprendiz de fotografía de guerra, no tanto. Los lugares comunes abundan en esta relación que va evolucionando a medida que el grupo de periodistas se acerca a su objetivo final, que es entrevistar al presidente. A veces, la metáfora de la fotografía como arma no es suficiente; sin embargo, Garland se da modos para construir un relato atractivo y en la metáfora logra un espejo no muy agradable pero importante. Puede que una guerra civil sea improbable, pero Trump ha vuelto y no me parece extraño que la mitad que votó por él se cuestione por un buen tiempo quién es un verdadero norteamericano. (LB)
17 Megalópolis
Francis Ford Coppola, EEUU
El nacimiento de este proyecto se remonta al retiro de Francis Ford Coppola, cuando el director sintió la necesidad de regresar a las grandes pantallas con una idea que llevaba años rondando en su mente. Se dice que invirtió de su propio bolsillo una suma de 120 millones de dólares, lo que convirtió a Megalópolis en una producción marcada por una libertad creativa absoluta, completamente suya. Coppola siempre será recordado como un director de renombre, un ícono del cine. Megalópolis resulta ser un proyecto tan peculiar que parece concebido únicamente para que el propio Coppola lo disfrute en su sala privada, explicando cuadro por cuadro su visión a su familia, como un cinéfilo excesivamente pretencioso.
A pesar de esto, es fundamental que visiones creativas de este tipo se materialicen y lleguen al público, especialmente en una era saturada de narrativas comerciales repetitivas y carentes de ambición, diseñadas únicamente para satisfacer a un público conformista. (Santiago Trutat)
Federico Luis, Argentina
En su primer largo en solitario, el cineasta argentino Federico Luis consigue un muy complejo equilibrio a la hora de caminar por un terreno pródigo en abismos. Su protagonista es un joven que se hace pasar por una persona con discapacidad mental para pasar tiempo con sus amigos, que sí tienen distintas discapacidades. La cinta sortea el buenismo políticamente correcto para representar la cotidianidad de chicos y chicas a los que, por convención, tendemos a considerar “no normales”. Tampoco cae en la sátira descarnada, que fácilmente podría burlarse de lo diferente. El punto de vista de Simón, el joven que solo se siente pleno con quienes la mayoría considera minusválidos, dificulta el desentrañamiento de las más genuinas pulsiones que lo llevan a despreciar la “normalidad” adulta para refugiarse en una “anormalidad” sin edad ni tiempo. (SEA)
19 La sustancia
Coralie Fargeat, Francia
Nada de nuevo hay en lo que trata La sustancia. La obsesión por la juventud y la belleza es recurrente desde, cuando menos, el siglo XIX, ahí están el Dorian Gray de Wilde o el Fausto de Goethe. El viejo Hollywood produjo obras magistrales sobre la juventud tratando de devorar a la vejez, en las que al final la dinámica opera de manera inversa, en All About Eve (1950) de Mankiewicz o Sunset Blvd. (1950) de Wilder. Por otro lado, la relación problemática entre el cuerpo humano y la tecnología fue central en el cine de Cronenberg, en The Fly (1986), Crash (1996) o Crimes of the Future (2022). Sin embargo, la obra de Fargeat no es una de las grandes películas del año pasado por tratar temas nuevos, sino por hacerlo con total desparpajo, irreverencia, sentido del humor y con códigos visuales tan contemporáneos. (AL)
20 The Bikeriders
Jeff Nichols, EEUU
Alineados en sus motos a lo largo de la alguna ruta en Estados Unidos, varios motociclistas con sus pantalones negros de cuero, sus chalecos de denim y el parche en la espalda que dice “Chicago Outlaws”, montados en sus máquinas ruidosas, conducen hacia el pueblo más cercano. Solo porque sí, no tienen un plan o un destino. Lo importante es conducir, hacer ruido, sentirse fuertes, blindados contra el mundo y sus reglas. La película The Bikeriders (El club de los vándalos), de Jeff Nichols llega para contarnos el fin de una época. El fin de la utopía americana sobre las carreteras, de la búsqueda de la libertad. Así como lo hiciera, de una manera arrasadora, la película de Easy Rider (1969), dirigida por Dennis Hopper. Esta película de motociclistas, es una película de hombres rudos, los interpretan actores rudos Austin Butler, Tom Hardy, Michael Shannon. Hombres rudos que dejan de ser rudos porque el mundo ha cambiado, ya no hay espacio para ellos. (AB)
21 Witches
Elizabeth Sankey, Reino Unido
Las brujas han sido quemadas, perseguidas, torturadas, juzgadas, catalogadas. En este documental, la directora Elizabeth Sankey, a partir de su propia experiencia, desentraña un lado inquietante, una posibilidad: las brujas y su cercanía al diablo, la locura y lo oscuro son mujeres que sufren y sufrían depresión postparto. Como brujas deben buscar apoyo en un grupo de mujeres que comparten el mismo mal, un aquelarre. La película está construida como una pócima y con imágenes de las miles de películas sobre brujas. Una película que dinamita los lugares comunes sobre la maternidad, las brujas y lo que se espera de las mujeres. (AB)
22 Nosferatu
Robert Eggers, EEUU
Robert Eggers nos trae una película romántica y gótica apabullante. Oscura, nublada como nublada está la conciencia de aquellos a los que atrae Nosferatu con la mente y con esa huesuda mano, llena de llagas, con uñas largas, la garra que revela su lado animal. Entre paréntesis, recordemos el principal aspecto del romanticismo: corriente que surge en contraposición a las ideas de la ilustración, para la que todo se apoya en la razón. El romanticismo rescata la emoción, la melancolía, como sentimientos fundantes de las búsquedas artísticas. Y lo hace a través de la naturaleza, una fuerza poderosa, superior, irrefrenable. La naturaleza humana es, pues, una de esas grandes fuerzas. Cerrado el paréntesis.
Eggers, con sus 41 años, un director contemporáneo formado en diseño de arte y diseño de producción, sabe que para traer el pasado al presente hay que acudir a antiguas melodías y signos. Es un director contemporáneo a quién le basta el sonido de un trueno o relámpago para que su espíritu se traslade a esos negros pasados cargados de misterio y ficción. En sus películas, el pasado es posible; hay castillos, faros solitarios entre rocas negras, hay sirenas, las brujas existen, los sellos y signos dicen algo, las maldiciones sobrevuelan nuestras camas. En Nosferatu no es diferente, pero la historia cambia en pequeños detalles, en la intensidad de algunas escenas y en una fotografía que te quita el aire. Nosferatu es un hombre/vivo enamorado en todo el sentido del término romántico. Ciego de amor por una mortal llegará hasta las últimas consecuencias. (AB)
23 Lo que los humanos ven como sangre los jaguares ven como chicha
Lo primero que llama la atención del nuevo filme de Decker es su título, que puede parecer tan largo como críptico, aunque, a decir de la directora, tiene orígenes concretos. El enigma instalado por su nombre no hace más que crecer a medida que el corto avanza. El formato de registro pertenece a otro tiempo: es fílmico de 16 mm que no se preocupa de ocultar sus fallas y, al contrario, las vuelve marcas de estilo. No menos desconcierto provoca el contenedor genérico del trabajo, para el que resulta insuficiente la categoría de documental. Lo que los humanos ven como sangre los jaguares ven como chicha es, en efecto, no ficción, aunque más por su estilo de realización que por su contenido. De hecho, a lo largo del corto se escuchan relatos, que, por sus ribetes sobrenaturales, no desencajarían para nada en artefactos más ficcionales. Ni siquiera obedece del todo al impulso “diarístico” de Nana, el primer largo de la cineasta boliviana con el que, eso sí, mantiene vínculos indisimulables. (SEA)
24 Eureka
Lisandro Alonso, Argentina
Los tres relatos que conforman esta película, tan distanciados entre sí por el tiempo en el que transcurren, los escenarios en los que suceden y su propuesta formal, tienen un discreto punto en común: el decolonialismo. Tres miradas a tres representaciones visuales del indígena: la caricaturesca imagen del salvaje en un western del siglo XIX, una contemporánea sobre las excluidas reservas indias estadounidenses y otra del siglo XX, ambientada en la amazonia brasileña durante el régimen militar de Ernesto Geisel.
La película más ambiciosa del argentino Lisandro Alonso es un tríptico pausado y contemplativo que se detiene varios minutos ante la eterna espera de una niña de la reserva Pine Ridge por su tía policía, o frente a tres indígenas que se bañan en el río, en lo profundo de la selva brasileña. Atraviesa a las tres historias una ráfaga de fantasía, surrealismo y misticismo. Imágenes hechizantes y oníricas, imprescindibles para representar un entorno, el latinoamericano, donde el realismo no es suficiente. El tiempo es ficción, el espacio es lo real. (CR)
Via: Opinión